martes, 15 de abril de 2008

No sé qué me pasa...

El fin de semana ha sido un poco raro. Es como si una enfermedad extraña me hubiese abordado y no me dejase pensar coherentemente. O, mejor dicho, no me dejase sentir coherentemente.

Todo empezó el viernes. Me pedí la tarde libre para ir a dos entrevistas en SONY (ya que estaba...), así quedé con Yukiko para comer. Estuvimos como hora y pico hablando de nuestras cosas y de nuestros respectivos. Acabé las entrevistas y quedé con Derren para tomar algo con los de su curro. Y mientras estaba allí, escuchando las conversaciones y observando las intervenciones de cada uno, empecé a sentir una especie de "¿Qué coño hago yo aquí?". La incoherencia continuó de camino a casa. Él estuvo muy hablador (extraño en él, a menos que esté muy relajado o haya bebido algo) y mientras iba hablando, me daba cuenta que le miraba a la cara y mi mente seguí pensando: ¿Qué coño hago yo aquí?". Era como si estuviese hablando con un amigo, con un familiar, pero no con mi pareja. Era como si a mi subconsciente ni siquiera le hiciese gracia las bromas que explicaba. Era como si alguien que me odia mucho me hubiese poseído para hacerme sentir eso sobre mi pareja. ¡Dios, qué horror!

Es anoche no dormí muy bien, que digamos. Me desperté yo creo que cada 15 minutos, hasta que me cansé de despertarme y conseguí dormir durante dos horas seguidas. Me levanté con la sensación de que tenía demasiadas cosas que hacer (y, de hecho, tenía que hacer el p*** trabajo final del Módulo 1 de mi máster, que no era moco de pavo, y que me tenía hasta las pelotas). Fui al salón y volví a sentir como ese diablo en mí me poseía y me hacía sentir algo así como repelencia al ver a mi pareja en ropa interior y con cara de dormido. Esa imagen que siempre me producía ternura, ahora la encontraba algo repulsiva. "No pué ser...", me decía a mí misma.

Intenté no darle importancia, pero la molestia seguía allí. Su usual "Are you ok?" me sacaba de quicio (vale, siempre me ha sacado de quicio, sobre todo cuando lo pregunta cada vez que le miro a la cara, pero esta vez era... demasiado quicioso). Y, como tenía cosas que hacer, preferí distanciarme un poco y concentrarme en el trabajo del máster... y puede que también esperase a ver si, por una de esas casualidades de la vida, se daba cuenta y me decía algo. De esa forma, sería más fácil para mí hablarle de mi "enfermedad" y ver si juntos encontramos una cura. Pero en todo el fin de semana no dijo ni mu. Observé un par de veces por el rabillo del ojo que me miraba curioso, como si sospechase algo, pero no decía nada.
El domingo por la tarde, me sentía un poco mejor. Tal vez es porque había avanzado mucho en mi trabajo del máster y me sentía un poco aliviada, pero él parecía empezar a contagiarse por su propia "enfermedad" de ensimismamiento (la suele pillar cada pocas semanas), así que, pensé que lo mejor sería irse a dormir y, como decía mi abuela, "mañana Dios dirá". Esa noche, cuando nos metimos en la cama, noté que me abrazaba de una forma especial, como si supiese que, con ese abrazo, mi enfermedad se curaría, y contestó a mi usual "te quiero" con un "te quiero, amor" que no había escuchado muchas veces. Y, entre pensamientos, me quedé dormida.

Al día siguiente, me levanté con la sensación de que esta semana sería distinta. Aunque estaba cansada, bastante falta de energía. Después de la ducha, volví a la habitación a despertar a la otra persona utilitaria del baño y, milagrosamente, su cara de dormido me volvió a despertar el sentimiento de ternura que había perdido. Fue entonces cuando descrubrí que, seguramente, me sentía tan cansada porque mi cuerpo, animado por el tierno abrazo de la noche anterior, había luchado en contra de la enfermedad; había acabado con ella. Decidí no tirar cohetes, por si la enfermedad me pillaba en la retaguardia y decidía volver a mí. Sería un día largo de trabajo, así que estaba más o menos convencida que, si tras el atónito aburrimiento del día, seguía sintiendo la llama ardiente al regresar a casa, significaría que estaba finalmente curada.

Y, para mi sorpresa, él llegó a casa con un ramo de tulipanes (por fin no eran solo rosas). Debió notar mi espeluznante cara de asombro porque, cuando le pregunté que por qué lo había hecho (quién sabe, a lo mejor le sonsacaría algo romántico del palo: "he estado fijándome todo el fin de semana y te he visto triste, cariño", o algo así) intentó chapurrear una frase en español que casi provoca el efecto ditinto al que él quería: "Para... mi novia po' que es muy guapa".
Sí, estaba curada. Totalmente. Me hizo gracia, me enterneció, me dieron ganas de comérmelo a besos.
Aunque mi Curri-diabla interior seguía gritándome: "Si es que, qué bien lo saben hacer los hombres cuando quieren, ¡los muy joíos! ¡No te fíes!"

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