jueves, 11 de diciembre de 2008

Por fin dio señales de vida...

Llevaba mucho tiempo sin saber de Carles, mi gran amigo de la universidad. Diría que ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que hablé con él. Son cosas que no se apuntan en un diario porque nunca te esperas que alguien que, para ti, era como un hermano, decida un día dejar de hablarte, dejar de comunicarse contigo, desvanecerse, no mediar palabra e ignorar todos y cada uno de los correos y mensajes enviados. Al final, imagino que desistí, aunque siempre quedaba algo de esperanza, ya que seguía preguntando a los amigos comunes si sabían algo de él y que, si lo encontraban, que le dijesen que diese señales de vida.
No es que me hubiese olvidado de él, no. Como ya dije, hay gente que pasa por tu vida y se va sin dejar rastro. Otros, te señalan, te cambian la vida, te hacen evolucionar y dejan una huellita dentro tuyo que te impide que te olvides de ellos. Al igual que algunos de los que conocí durante mi estancia en la universidad, en Vic, Carles es una de estas personas que forman parte de tu personalidad. Lo que sí diría es que me acostumbré a vivir sin su presencia, sin tener que acudir a él a contárselo todo, a compartir experiencias o simplemente decirle que había escuchado su canción preferida en la radio y me había acordado de él. A pesar de sentirme durante tanto tiempo tan sola en Londres, sin amigos a los que realmente pudiese considerar amigos, dejé de insistir porque llevaba ya mucho tiempo hablando con algo que no me devolvía respuesta alguna. A lo mejor dejé de hacerlo porque me convertí en alguien solitario. A lo mejor lo hice porque creí que tenía yo algo de culpa y nunca me lo llegaría a decir. No lo sé y no creo que nunca lo sepa.

El «Reencuentro» ha sido un poco extraño. Al principio fue como un grito de "¡Por fin!". Luego pasó a algo más bien... "La próxima vez que me dejes de hablar, te doy una colleja". Después de disculparse, me explicó que había intentado apartarme por miedo a sufrir, porque realmente había sentido que no podría soportar que me hubiese ido tan lejos (a Londres), y que no sabiendo qué hacer, creyó que lo mejor era cortar todos los lazos que le unían a mí. Pero claro, cuando volví a reaparecer (gracias a Facebook y mi insistencia), se le cayó el mundo encima. Y bueno, las disculpas aceptadas. Creo que en esta vida perdemos a demasiados buenos amigos por tonterías y por miedo a pedir perdón, y yo ya había perdido a demasiada gente.
Pero yo creo que lo que más me hace sentir aliviada de no sentir rencor porque esta persona me ha dejado abandonada durante tanto tiempo es el hecho de haber estado en Londres tanto tiempo, sin nadie que me entienda al 100%, que comparta mis gustos, aficiones, nadie con quién pueda sentirme segura... ¡nadie a quién considerar alma gemela!... Todo lo que aquí he pasado me ha hecho cambiar mi forma de ser. En algunos casos para mal, pero en otros para bien. Hay que aprender a perdonar si la persona se lo merece. El pasado, pasado está, y el rencor destroza el corazón, destroza a la persona, la convierte en alguien mísero. El rencor hace que las personas se queden solas.

En fin, no mucho más que decir. Solo espero que no haya sido en vano y, sobre todo, espero que las amistad vuelva a ser lo que fue en su día. Porque todos necesitamos amigos, pero los buenos amigos no se consiguen cada día.

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