jueves, 11 de septiembre de 2008

Hoy es uno de esos días...

Uno de esos días en los que, no sabes por qué, sientes una tristeza contagiosa. Te contagias a ti misma una y otra vez de tu propia tristeza. Miras por la ventana y sientes melancolía por no poder estar fuera. Sales a la calle y sólo tienes ganas de volver a entrar en casa y sentir de nuevo esa melancolía por no estar fuera. El tiempo tampoco ayuda. Las nubes grises estancadas en el cielo te recuerdan una y otra vez el tiempo que paso sin ver el sol, sin tomar su energía, sin sentir realmente el calor en los huesos.

A veces me siento como si estuviese en un círculo vicioso, un agujero negro en el que, al parecer, me siento cómoda, pero del que quiero salir. El problema es que no sé cómo. O no quiero saberlo. Y la negrura del agujero me invade, y se mezcla con la melancolía de los días, ese tono grisáceo del lugar donde vivo. Estoy en un camino y no sé por dónde voy. Lo sigo, aunque sé que no me lleva a ningún lugar. El mundo pasalentamente; yo estoy de pie, quieta, en medio del tumulto, sin comprender por qué no me muevo yo también. Lo intento, consigo moverme un poco, pero el esfuerzo es demasiado. Decido quedarme ahí, con las manos juntas, cabizbaja, esperando a que alguien me saque de ahí y consiga que me mueva al ritmo del resto. Observo a la gente pasar, observo sus vidas, lo feliz o infeliz que son, los problemas y los éxitos, las subidas y las bajadas. Y veo que algunas vidas son como las mías, pero mucho mejor. Y otras son peores, pero me dicen que no las mire. Así que me fijo en las buenas, las bonitas, las que me sacan de mi agujero negro. Intento moverme hacia allá, pero me olvido de que no podía moverme. Y así sigo, en este agujero, donde no me muevo aunque quiero, no hago nada porque me convenzo de que es lo único que deseo. No hacer nada, ver todo pasar.

Curri, con depresión londinense

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