No sé si era por el día oscuro, frío y lluvioso, por la falta de trabajo, por ver que me pasaré otro verano sin ir a la playa y sin poder usar ropa de verano adecuada, o si simplemente era porque me toca la regla pronto, pero el día no había empezado bien, y acabó aún peor.
Durante la mañana no me llegó nada de trabajo para traducir, así que decidí enviar mi currículo a más agencias de traducción, a ver si alguna me escuchaba y me enviaba cosas, pero no tuve suerte (de hecho, me llegaron dos avisos de dos correos que había enviado y que los destinatarios los habían borrado sin siquiera mirarlos). Mi pregunta es: ¿POR QUÉ? ¿Por qué si en tu página web me pones que aceptas currículums de traductores, te envío mi currículum y ni lo miras? ¿Por qué se empeñan en hacerme perder el tiempo? Aunque no tenga trabajo, eso no significa que me apetezca pasarme el día enviando mi currículum cincuenta veces y ver cómo las agencias de traducción lo ignoran, una de tras de la otra. Y no será porque no tengo experiencia, porque haberla, hayla, pero parece que la falsedad es una enfermedad que se contagia muy fácilmente. Porque queda muy bonito poner en tu página web que aceptas nuevos traductores, para hacértelas ver de agencia buena y moderna, que da oportunidades a todo el mundo, pero luego no te atienes a tus palabras. ¿No habría sido más fácil poner algo así como: "Nos encanta recibir currículums de gente de los idiomas que realmente necesitamos, así que, si eres traductor o traductora del inglés al español, ni te molestes, porque borraremos tu correo sin ni siquiera mirarlo. Muchas gracias."?
En fin. El día se no me iba a traer nada demasiado bueno, aunque hizo un atisbo de poder mejorar: Nigel, el traductor inglés que me envía cosas para traducir de vez en cuando, me dijo que tenía una posible revisión del catalán para el día siguiente... justo cuando había acordado ir a una interpretación. Llevo dos días en sequía, así que me ofrecieron volver a ir a interpretar a Alina, la Cubana que había denunciado a su marido por maltrato, y lo acepté. Más vale 50 libras en mano que ciento volando. Así que me pasé tiempo intentando buscar a un catalán para que hiciese el trabajo por mí... ¡pero nadie podía! Si es que las desgracias nunca vienen solas. Al final me pintó tan raro que le pidiesen a él, un inglés nativo, que corrigiese algo en catalán, que le pedí que lo confirmase con el cliente. Pues no, la tarea era corregir la traducción inglesa. Por fin, cuando la tarde ya parecía perdida, conseguí una traducción de 2000 palabras. ¡Menos mal! Algo es algo, aunque seguramente será todo lo que consiga hacer durante esta semana.
Pero aunque me alegrase de mi, llamémosla, suerte tardía, me sentía triste por dentro, no satisfecha, porque sigue siendo la misma historia: no sé qué pasará mañana. Y como tampoco sé cuándo podré volver a España, porque todo depende de lo que Derren consiga (otro, como yo, sin mucha suerte para ello), tampoco sé si debería o no comprometerme a un trabajo en oficina o seguir ese día sí día no de trabajo.
Estuve hablando un poco con Melina, la argentina que vivía en Leeds. Vivía porque el lunes se fue a Barcelona a vivir con su cuñado y ver si podía conseguir trabajo desde allí. Estuve hablando con ella y me dijo que dejase de quejarme, que yo también podría hacer lo mismo que ella y que, igual que ha hecho su novio, solo tenía que decirle a Derren que cogiese cualquier trabajo, aunque no fuese de lo suyo. Pero las situaciones son completamente diferentes. Aunque sí me dio qué pensar, pensar qué hacíamos mal para que Derren no tuviese ni una pequeña oportunidad, pensar si no tendría él que hacer algo más... Pero también hay que ser realistas: no vale la pena enviar una solicitud para un trabajo para el que no se tiene nada en relación, porque muchos hay en España con experiencia en su campo que son rechazados.
Pero lo peor llegó cuando por la noche, hablando con Derren, le expliqué lo de mi amiga, y le hablé de un documento que tenía, que le había pedido a un conocido, con la lista de desarrolladores de videojuegos en España, y no se le ocurre otra cosa que contestar, de mala gana: "Sí, pero son todos pequeños", como si eso no fuese razón suficiente para pedir trabajo o, al menos, contactar con ellos por si hubiese algo en el futuro. ¡Y me cabreé! Porque, joder, parece que le importa un pito si nos vamos a España mañana o dentro de tres años. Y yo estoy aquí jodida, aunque tengo trabajo, pero podría estar en la misma situación, viviendo en un lugar más barato y disfrutando del buen tiempo. Pero yo misma me restrinjo, porque es verdad que tampoco puedo exigirle demasiado porque ya hace el esfuerzo de venirse conmigo a un país diferente, donde hablan un idioma que apenas conoce, así que supongo que algo de paciencia sí que debo tener, aunque me crispe que no quiera ceder en nada más.
El momento culminante llegó cuando le estaba explicando que al día siguiente iba a ir a la interpretación y que tenía miedo que, al estar fuera de casa durante tanto tiempo, alguien me mandase trabajo y yo no estuviese aquí para responder. Entonces me dijo que me tendría que comprar un teléfono nuevo en el que se pudiese usar el correo, y le dije que mi móvil era de esos, pero que no había querido activarlo porque para usar el correo me pedían contratos de 18 meses, y yo no tenía pensado quedarme aquí 18 meses... Y no se le ocurrió nada más que contestar: "Nadie te obliga a estar aquí"... ¡Pero será posible! Estoy aquí por él, si no, me habría ido ya hace dos años. Me crispó tanto, me enfadé tanto por la pasividad con la que, a veces, trataba las cosas, que me fui a la cama con ganas de llorar. Intenté dormirme, intentando ignorar lo que había dicho (a las personas hay que quererlas por sus cosas buenas y sus cosas malas, y sabía que no había dicho eso con mala intención), pero no pude. Y el enfado interno me hizo pasar una mala noche. Tonta de mí :)
Y hoy, aunque no lo he hablado, sí que le he dejado ver que me sentía triste por verme otro año lejos de la playa y del buen tiempo. Después de tanto tiempo y bastantes discusiones he aprendido que, a veces, es mejor decir las cosas suavemente, aunque a veces te apetezca más atacar y culpar a la otra persona. Así que preguntó si yo creía que no se estaba esforzando lo suficiente, y aunque tuve ganas de decir "Pues no, la verdad", me lo tragué y preferí optar por un: "No lo sé, supongo que sí, porque confío en ti, pero es que tampoco sé a cuántos trabajos has optado..." Y ahí lo dejé. Cuando llegó a casa, se puso a mirar páginas de empresas. Al final, los dos contentos... Esta noche podré dormir como un bebé...
Gracias por leer.
Curri
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