lunes, 18 de julio de 2011

Como si de una tómbola se tratase

Parece que no nos llevaremos la muñeca chochona esta vez. Después de varios meses buscando piso, mirando por aquí y por allá, quedándonos ojipláticos al ver algunas porquerías ofrecidas, consiguiendo arriesgarnos poniendo un depósito sin habérnoslo pensado por miedo a no poder conseguir ninguna casa, conseguimos encontrar algo que valía la pena. Pero como la búsqueda había sido bastante estresante e imprevisible, el traslado no podía ser menos.

El sábado pasado (o sea, anteayer) era la mudanza. Conseguimos empaquetarlo todo a tiempo, así que, solo nos quedaba esperar. Llegaron las doce, la hora convenida, y nadie llamaba para avisar de que venían de camino. Llegó el padre de Derren, que venía a ayudarnos, y eran ya la una de la tarde. Y seguíamos sin noticias. Cuando llamaron el viernes para confirmar la mudanza, nos dijeron que, a lo mejor, se retrasaban un poco, porque tenían otros traslados pendientes, así que, decidimos esperar un poco más. Mientras tanto, fui a la casa nueva a dejar un par de cajas, las más delicadas (platos, vasos y tazas), y nos volvimos al piso antiguo, a seguir esperando.

A las 7 de la tarde, decidimos rendirnos y nos dispusimos a despejar un trozo del suelo para poner el colchón (en algún lugar teníamos que dormir) y parar la noche entre cajas y bolsas. En parte me vino bien, porque tenía mucho trabajo y podría utilizar la conexión a internet que aún no nos han dado de baja (ni lo harán hasta dentro de 30 días). No hay mal que por bien no venga, sí. Pero seguí esperando que los del traslado se hubiesen equivocado de día y viniesen el domingo.

Amaneció el domingo y, tras avisar al dueño de la casa de que nos habían dejado plantados, empezamos a llamar a otros sitios de mudanzas, a ver si alguien podía hacernos una mudanza de emergencia, pero como era domingo, nadie contestaba. Como parecía que de ahí no nos íbamos a mover pronto, aproveché que tenía conexión a internet para trabajar y adelantar la traducción que tenía que entregar ese mismo jueves. Ahí, en la que dejaría de ser nuestra habitación, nos pasamos el domingo, sentados en el colchón que habíamos puesto en el suelo como sofá. No está mal, pero prefería mi sofá. O, mejor aún, mi mesa de trabajo. Pero bueno, el fin de semana estaba ya chafado y había que conformarse con lo que tenaíamos.

Llegó el lunes. Nos despertamos a la hora habitual de cada lunes, para llamar cuanto antes a la empresa de transporte. Nos cogieron el teléfono, explicamos el problema y nos dijeron que, en media hora tendríamos a alguien con un camión de mudanza. ¡Chachi! A prepararse toca.

Llegaron a los 45 minutos y empezaron a meter cosas en el camión. Y más cosas. Y aún más, y aún faltaban cosas en el salón cuando dijeron que tenían que hacer dos viajes. Con ellos que me fui a la casa nueva, y observé cómo iban metiendo una caja tras otra, y un trasto tras otro. Y más trastos y más cajas... Ay, madre, ¡y aún faltaba la mitad del piso por llegar! Acabaron de vaciar el primer camión y volvimos al otro piso, a seguir cargando cosas. Otro camión más y de vuelta a nuestro nuevo hogar, a seguir llenándolo de cosas.

Reventados y hambrientos, decidimos posponer la limpieza del antiguo piso e irnos a comer algo al que sería nuestro «bar de la esquina» a partir de entonces. Genial, solo tenían bocadillos. Después de tres días comiendo a base de bocadillos, me tocaba otro. Bueno, vale. Mejor eso que nada. A comer se ha dicho...

Volvimos al piso antiguo a limpiar, bastante aceleradamente, ya que el dueño iba a llegar en cualquier momento a revisar el piso. Madre mía, qué estrés, qué acelerones, qué rapideces... ¡Así no se puede limpiar a gusto! Vale, un poco el lavado de la suegra por aquí, otro poco pasar el trapo por allá... Lo importante es que brille, que cuando brilla parece que está limpio. Hala. Listo.

Llegó la hora de decir adiós, con un poco de pena porque sabía que iba a echar de menos el parque delante de casa que tanto entretenimiento me ofrecía. ¿El resto? No, no lo echaría de menos, sobre todo al vecino de arriba que me traía de cabeza con el footing diario dentro de casa. Adiós a los dolores de cabeza. Adiós al número 5 de la puerta de casa, que tanto me gustaba. Sí, eso también lo echaré de menos.

Y empieza una nueva etapa en un piso más grande. Por fin espacio para no agobiarnos, un jardín-terraza para tomar el sol (cuando por fin lo haya) y, ¿quién sabe?, organizar barbacoas y fiestuquis, ¡bieeeeeen!

Al final, puedo decir que ha valido la pena todo el estrés de las últimas semanas. Empieza un nuevo capítulo que, espero, será interesante.

Curri.

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