Ayer me operé, por fin, de la perforación de oído provocada por las dos infecciones que tuve el año pasado. Me lo he tenido un poco callado, lo sé. Ha sido una mezcla de miedo y autoboicot. Si no se lo contaba a nadie, si nadie lo sabía, nadie me obligaría a ir, y si, además, se me olvida, no tendría por qué hacerlo. Han sido tres semanas de pánico interno, miedo ya no a que la operación saliera mal y, bueno, pudiera volverme aún más sorda, sino que era, más bien, pavor a dormirme y no volverme a despertar.
Nunca me he operado. Mis visitas al hospital se han limitado a ir a recoger a mi padre, neurólogo, y a ir a hacerme revisiones de vez en cuando (análisis de sangre, comprobaciones de anemia, visita de rigor al ginecólogo, y poco más). Nunca he estado internada en un hospital y, mucho menos, jamás me han puesto anestesia general, con lo cual, no sabía qué se sentía, qué suponía todo el proceso. Ni siquiera sabía si, a lo mejor, era alérgica a la propia anestesia, que podría ser (mi madre es alérgica a la anestesia local, así que, a lo mejor podría haber heredado yo algo relacionado). Así que, con todo eso rondándome en la cabeza durante tres semanas, intenté seguir mi vida como si nada fuera a ocurrir... Hasta que llegó el día de la operación, y volvieron los nervios.
Esa noche dormí poco porque estaba muy incómoda, no sé si por miedo o por ganas de que acabase todo, pero me desperté contínuamente. Al final, la alarma sonó. Nos levantamos, nos arreglamos y fuimos al hospital. Llegamos allí a las 7 menos cinco y no había forma de encontrar el cartel que nos llevase a «operaciones». Entré en audiología, pero estaba vacío... muy sospechoso. Al final, pregunté a un buen hombre que estaba esperando allí y me dijo que había que subir al cuarto piso. Eso sí, seguía sin haber ningún cartel indicando que el cuarto piso era la recepción de operaciones. ¡Qué diver!
Llegué, di mi nombre, esperé y empezaron las consultas. Hastra cuatro personas diferentes me llamaron y me hiceron preguntas (muchas de ellas eran las mismas). Me dieron dos batas de esas de enfermo para ponerme una hacia delante y la otra hacia atrás (para taparme el culo), unos calcetines megapretados para evitar coagulaciones de sangre y unas zapatillas como de gomaespuma para caminar. Amos, estaba de un sersi... Como anécdota graciosa, mientras hablaba con la anestesista, me preguntó si era alérgica a algo (a pesar de que se lo había dicho ya, por lo menos, a 5 personas más que, se supone, lo habían apuntado en mi historial), y le dije que no, pero que mi madre era alérgica a la anestesia local, por si le servía, y me dijo que eso era mentira, que no existe la alergia a la anestesia local. Con la boca abierta me quedé. Vamos, poco menos que me vino a decir que mi madre llevaba como 15 años mintiéndonos :) Al final, cedió y dijo que nunca había oído hablar de eso y que lo encuentra muy curioso y que le gustaría saber qué anestesia era. No, si al final tratará a mi madre como una diosa :)
Llegó el momento de entrar en quirófano. Me llevaron a la planta de abajo (sin enseñar el culo, pero con mucha vergüenza por las pintas que llevaba), me llevaron a la entrada del quirófano, me tumbaron en la camilla y, una vez allí, el corazón me empezó a latir como si tuviese vida propia (vale, tiene vida propia, pero este estaba muy marchoso). Allí me tuvieron esperando como 15 minutos, o más, porque no encontraban a la anestesista. Uno de los enfermeros era ecuatoriano, lo cual me calmó un poco por el simple hecho de que, si me despierto y no sé ni en qué mundo estoy, al menos habrá alguien que entienda mi español (no sería la primera vez que, medio dormida, hablo el idioma equivocado). Poco después, entró un jovencito, un estudiante del último curso de medicina que estaba haciendo las prácticas y nos pidió si no nos importaba que mirase. Yo le dije, que mientras mire y no toque, que a mí me da igual.
Por fin llegó la anestesista. Qué mujer más rara, oiga. Era de esas mujeres secas, que no sonreían ni nada, pero cuando te miraban a los ojos, forzaban una sonrisa de dos segundos y volvían a su cara normal. Eso sí que daba miedo, que te toque un rarito como anestesista... Bueno, respiremos hondo, dejemos la mente en blanco... «Te pongo ya la anestesia», me dijo la anestesista. Bueno, a ver qué tal. Pues sí, la noté. Noté un líquido quemándome que subía por el brazo, me llegaba al pecho y al cuello y solo pude decir: «See you later» (hasta luego). Y me desperté. Ni siquiera tuve la sensación de haber dormido, solo un antes y un después. Yo noté mucho ruido y alguien que me llamaba «Frasisca?», y me dije: «¿Ande coños estoy?». Luego ya me di cuenta de que estaba en el hospital, de que no oía por el oído izquierda y de que, seguramente, le operación había pasado y ni me había enterao. Y yo quería decirle a la chica que me llamaba que estaba bien, pero no me podía ni mover... No, el despertar no fue como en las pelis, que se despiertan y se levantan. ¡Y un carajo! Yo no podía no abrir los ojos. Ante tanta insistencia de la buena mujer, creo que moví la cabeza para decir que sí, que estaba bien, pero rendida caí, y decidí no moverme, que si algo pasaba, ya se encargarían ellos de moverme :)
Poco a poco empecé a darme más cuenta de lo que pasaba alrededor mío, de que estaba en una sala compartida, con más enfermos despertándose, más enfermeros y enfermeras paseándose y viniendo a preguntarme si estaba bien... Al cabo de un rato, no sé, como media hora, ya fui capaz de moverme y recolocarme en la camilla, porque se me estaba durmiendo el culo. Fíjate, había tenido tiempo de que se me despertase y se me volviese a domir, el jodío... Llegó una de las enfermeras y me preguntó si me sentía bien y si quería algo, y no pude evitar decirle: «I am hungry» (jodó, desde las 10 de la noche anterior que no había comido nada... Y eran como las 11:30 de la mañana... ¡Llevaba más de 13 horas sin comer!). Me dijo que me buscaría algo para comer, así que, me volví a relajar. Volvió y me pidió si quería un sándwich de atún, de huevo o de jamón... ¡Y yo qué sé! Yo quería que me metiesen algo en la boca, me da igual el qué, no me hagáis pensar... Vale, lo quiero de jamón. Me trajeron una caja con un sándwich, una botella de agua, un yogur y un cacho de bizcocho. Impresionante la comida de enfermo. Yo me esperaba una de esas sopas sosas e insulsas y una pechuga a la plancha sin sal... Vale, a por el sándwich... ¡Qué ajco! Era pan con tomate y jamón. Ni una gota de mantequilla, ni una gota de aceite ni ná. Por no haber, no había ni lechuga... De verdad, la sopa insulsa y sosa me apetecía más. Me metí el sándwich como pude y, tras haber gastado la poca energía que había reuperado, decidí que era momento para una siesta.
A todas estas, no tenía ni idea si a Derren le habían avisado de que ya había salido de la anestesia y de que estaba bien, a pesar del trauma del sándiwch, pero como me imaginé que sí le habían avisado, no pregunté. Me desperté al rato y la enfermera me dijo que no tenían ninguna habitación para mí pero que buscarían una y que pronto podría salir de ahí. Así que, me tocó esperar. Estaba bastante más despierta, así que, me dediqué a observar a los otros enfermos que iban llegando. Llegó uno que parecía insistir en quedarse dormido (no me extraña, ¡se estaba tan bien!), pero la anestesista (sí, la rarita) estaba allí y, junto con la enfermera, le daban meneos para que se despertase. Parece ser que era diabético y, claro, tenían que evitar que se durmiese. A mí, nada más ver eso, se me quitó todo el sueño de golpe... No vaya a ser que me metan los meneos que le metían a él :)
Al final, tuvieron que abrir una planta que era para hombres para meternos a unas cuantas mujeres que no teníamos habitación. Y para ello, tardaron como tres horas. No está mal, ¿eh? Me trasladaron a la habitación y mi Derren no estaba... ¡Ay, pobre, que se habían olvidado de él! Le pregunté a la enfermera si lo habían llamado y me dijo que si me sabía el número de teléfono... Esto... Acabo de salir de anestesia. Apenas me acuerdo de que tengo que hablar inglés y no español, ¿y me pides si me sé su número de teléfono? *suspiro* -No, no me lo sé- le dije. Consiguió encontrarle y, un rato después, llegó. Ay, qué alegría ver una cara conocida. Me contó que le habían llamado hacía como media hora y le habían dicho que vinisiese a esta habitación, pero no encontró a nadie, así que, decidió irse a comer (me parece estupendísimo). Justo cuando estaba ya con el plato a punto de hinarle el diente, le volvieron a llamar, que ya estaba en la habitación. Conclusión: ahí no hablan entre ellos y, por supuesto, nadie le había avisado a las 11:30 de que ya estaba despierta. Hasta las 3 no decidieron dar noticias. Impresionante.
Me pusieron de nuevo el aparato de medir la tensión y el pulsómetro, y allí lo tuve, cada media hora, inflándose y desinflándose, esperando a ver si me daban el alta. Como no sabía cuánto iban a tardar, decidí que, lo mejor, era echarse una siesta. En medio de la siesta, me interrumpieron para preguntarme qué quería cenar... ¿Comorl? Se supone que me voy ya pronto, que no me quedaré interna... Bueno, sin siquiera hambre ni ganas de comer, tuve que elegir tres cosas de una lista que me dieron. No, nada de comida sana. Pero como no me apetecía masticar (el sándwich había sido un suplicio), pedí lo más blando que tuviesen: coliflor con salsa de queso, puré de patatas y natillas... Comida de hospital, justo lo que quería... Eso sí, la sopa sosa no aparecía por ningún lado... Menudo hospital más raro...
Pasaron las horas, llegó la hora de cenar (las 5 de la tarde... acordaos que estamos en Inglaterra y esta gente cena a la hora de la merienda). Me lo metí todo como si fuese cualquier manjar de mi madre que llevaba meses esperando comer. Sí, tenía hambre y, además, tenía que tomarme ya alguna pastilla puesto que el oído me empezaba a molestar. Yo creo que el dolor se había vuelto más agudo porque me habían puesto delante una anciana a la que dejaban autosuministrarse morfina. Solo tenía que darle a un botón cada vez que sintiese dolor... y la tía no paraba de darle al botón.
Seguí esperando el alta pero no llegaba. También esperé poder conocer al médico que me había operado, pero no apareció. La enfermera vino y me dijo que me iban a dar el alta pronto y que si quería medicinas (paracetamol y codeína) para el dolor, y le dije que sí. Me dijo que las pediría y que, en cuanto las tuviese, podría irme a casa. Las medicinas tardaron una hora en llegar. Me dijeron cada cuánto tenía que tomármelas (cosa que ya sabía) pero no me dijeron durante cuánto. Vamos, que puedo tirarme tres semanas perfectamente y aquí no ha pasado nada :)
Al final, a eso de las siete de la tarde me dejaron marchar a casa. ¡Por fin! Después de doce horas, mi experiencia con la NHS es satisfactoria, porque he salido viva y sin dolor de la operación, pero me han faltado algunas cosas, como conocer a la médico que me operó (solo sé que es una mujer) y que sea ella misma quien me dé las instrucciones postoperación y, bueno, que hubiesen dado un poco más de información al pobre que estaba esperando por mí desde las 9 y poco de la mañana. Ah, y un teléfono al que llamar por si, durante las 3 semanas que tengo que esperar hasta que me hagan la revisión, me pasa algo. No puedo decir si es mejor o peor que la Seguridad Social española, porque no he podido experimentarla en persona, pero parece que cuecen habas en todos los lados, y entodos lados hay cosas que mejorar :)
Ahí queda eso.